Por más de tres décadas, el artista On Kawara (1933-2014) envió telegramas y postales a amigos con el mismo mensaje: I AM STILL ALIVE («Sigo vivo»). Es la serie más extensa de las que llevó a cabo durante su vida: «Kawara cataloga tanto sus actividades diarias como el paso del tiempo en su obra. En ‘I Got Up’, envía postales a sus amigos con la hora en la que se había levantado de la cama ese día y la dirección donde se hospedaba. Las postales no están escritas de su puño y letra sino impresas con un sello, remarcando esa ausencia del autor. Incluso envía la misma postal a la misma persona en días sucesivos. En ‘I Met’ escribe los nombres de las personas que ha conocido ese día. En ‘I Went’, señala sobre mapas fotocopiados los movimientos realizados ese día», explica el fotógrafo Juan Santos (2018).
La historiadora y crítica de arte Dorota Monkiewicz hace ver que, a pesar de su carga existencial, estas obras «no contienen la más mínima pincelada de subjetividad. No hay ningún rastro de emoción ni de vínculos personales con los hechos recogidos (…). Los sucesos no presentan jerarquías, no se hace ninguna valoración de ellos» (Monkiewicz, 2017).
Aparentemente, nada más opuesto a la obra literaria y visual que ha desarrollado Claudio Bertoni, caracterizada por el registro exaltado de una hipersensibilidad. Pero, más allá de la diferencia de temperamentos, ambos comparten una poética radical: la necesidad de dejar un rastro (diario) de sus vidas, antes de que se terminen.
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Claudio Bertoni publicó sus primeros poemas cuando tenía veinte años, hace cincuenta y cinco años atrás. En abril de 1967 aparecieron, en el número 22 de la revista mexicana El corno emplumado, inéditos suyos y de Cecilia Vicuña (su pareja sentimental y creativa en ese entonces). La redacción de la revista los describe a ambos —y a Jan Arb, poeta de Colombia— como «el fruto más fresco del gran árbol dadaísta, que no se cansa de crecer. En la obra de estos tres poetas hay humor, rumor y amor» («Notas sobre los colaboradores», 1967: 145).
Jan Arb, en realidad, formó parte del movimiento nadaísta y según el no siempre amable Roberto Bolaño, de él no queda nada. El fundador del nadaísmo, Gonzalo Arango, dice: «Jean Arb fue al infierno en el último vagón del Nadaísmo, se quedó una temporada en el Calvario, y regresó sin oro pero con su mochila de luz llena del amor sagrado» («JEAN ARB», 2008).
Bolaño (2019) afirma que de Gonzalo Arango tampoco queda nada.
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¿Qué queda del Bertoni de los veinte años? De los trece poemas que le publicaron en los números 22 y 25 de El corno emplumado (aparecidos en abril de 1967 y enero de 1968), solo «Hermanas de la preciosa sangre» forma parte de la versión actualizada de El cansador intrabajable (1973), uno de los once libros revisados que componen su Poesía reunida (2020). Es y no es el mismo poema: hay palabras distintas, la versificación es diferente y un epígrafe de André Breton que aparece en la revista, ya no está.
En esta época comenzó también a fotografiar desnudos, retratando a su pareja, pero recién mostrará parte de ese trabajo a comienzos de los ochenta.
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En el número 22 de El corno emplumado, además de poemas, hay cartas. «Yo tengo 18 años, Claudio Bertoni tiene 20, hace tiempo que casi nos creímos solos, perdidos en la maraña inhumana de esclavitud y muerte en vida. Sólo conocíamos de “nuestra pelirroja onda” a Henry Miller, los hacedores músicos de la “New Thing” en jazz, tal vez algunos beatniks», escribe Cecilia Vicuña el 28 de septiembre de 1966. A continuación, agrega:
Presumiblemente llegó respuesta de la revista y el 30 de enero de 1967 es Claudio Bertoni quien prosigue la correspondencia desde Concón. Se presenta, cuenta que estudió diez años en un colegio de curas alemanes («recién estoy inventando algunos insultos que les hagan justicia») y que estuvo becado un año en Denver, entre 1963 y 1964. Conservamos su ortografía original:
Valía la pena citar esta carta en extenso, pues en parte documenta el Big Bang de lo que ha hecho Claudio Bertoni en los cincuenta y cinco años siguientes: «Huevear un rato / no cuesta nada nada / lo difícil / es huevear toda la vida» (2004: 240). En 2003 escribió: «Henry Miller ya no me interesa (en realidad, hace un montón de tiempo que no me interesa). Sin embargo, a los 20 años me interesaba mucho. C., mi polola de esa época, llegó a ser tan adicta al autor de Trópico de Cáncer, que andaba con unas pequeñas tizas de colores escribiendo por todas partes “Lea a Henry Miller”. Yo abandoné la universidad por su culpa y me lancé suicidamente a una vida de la que a veces me arrepiento y a veces no. “Ganarse la vida es perderla”, decía Miller».
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El artista alemán Kurt Schwitters (1887-1948) cuenta en un texto autobiográfico de 1927 que «por ahorro, utilizaba para expresarme todo lo que encontraba, pues éramos un país empobrecido. Se puede también gritar con restos de basura y lo hice encolando y clavando estos desechos. Los denominé MERZ, eran como mi oración por el final victorioso de la guerra, pues una vez más había vencido la paz. De cualquier forma, todo estaba destruido y era válido empezar a reconstruir lo nuevo a partir de los escombros» (Schmalenbach, 1982).
Como se sabe, al volver de Europa en 1976 Bertoni comenzó a recoger palos y luego zapatos abandonados en la playa, todos los días, hasta juntar más de mil: en 1987 los mostró por primera vez en la Bienal de Valparaíso con el título «1344 miembros de la comunidad del calzado nacional marchan sobre nuestra conciencia».
En una entrevista recuerda que, mientras los instalaba, mucha gente que los vio los relacionó con los detenidos desaparecidos, «cosa que yo no había pensado, porque yo recogí los zapatos porque me gustaban (…) Si yo fuera ultramillonario lo que haría sería agarrar cada uno de los zapatos, ponerlos en unas vitrinas increíbles y colgarlos en unas galerías gigantescas de muros blancos, porque quiero que se concentren en cada zapato, porque yo hallo que son, cada uno, esculturas autónomas y están destrozados de una manera absolutamente insólita» (Rodríguez, 2007).
En el catálogo de su exposición de acuarelas, dibujos, collages y objetos, montada en la galería D21 a fines del 2011, escribe: «Mis objetos (los aquí expuestos), le deben más a Kurt Schwitters y a los constructivistas rusos que a Marcel Duchamp. Cuando recojo un pedazo de cualquier cosa lo recojo porque me gusta, porque lo encuentro memorable. Y cuando hago un objeto con estos trozos trato que quede lo más “bonito” posible. Duchamp, como se sabe, hacía lo contrario, seleccionaba sus objetos porque le eran indiferentes o le desagradaban».
Además de la semejanza en los procedimientos, tal como en el caso de Schwitters, su obra está marcada por las limitaciones económicas: «Yo habría pintado telas de cinco metros por seis metros, telas como las de Balmes o Tàpies, el informalismo que es lo a que a mí más me gusta, pero no puedo porque no tengo espacio. No hago huevadas más grandes porque no tengo espacio (…) y yo dibujo hace mucho tiempo, si lo que más tengo es eso, y tengo acuarelas y lo que más me gustaría es pintar, pero no tengo espacio» (Rodríguez, op. cit.).
Lo que ha tenido a mano: la cáscara de seda roja que se le saca al queso, corontas de choclo, hojitas del patio, es lo que da forma a sus obras. Incluso una aguja con la que raya negativos para intervenir sus fotos, como hizo en Desgarraduras (2009). A las editoras de este libro les dice: «Tú sabís que hay una frase de Picasso, que no sé si la dijo: “Yo no busco, encuentro”. Bueno, yo creo que encuentro (…) en todo huevón que cacha más o menos lo que está haciendo lo que pasa es que encuentra» («Desgarraduras y arte. Conversación», 2009).
En años recientes, ha recolectado otros objetos que tocan su vida, como envases de agua mineral, cajas de té, de remedios (Fredol, Migranol, Ravotril), cajas de fósforos. También ha pintado con semen sobre libretas de cartón piedra y ha llevado cuadernos de dibujo con variaciones, una y otra vez, de las mismas figuras que lo obsesionan: el sexo masculino y el sexo femenino.
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Al ser entrevistado en 2014 a raíz de una exposición de fotografía, Bertoni menciona unos desnudos de Bill Brandt que lo impresionaron a finales de los años sesenta, pero que sobre todo le gustan mucho «los desnudos que Emmet Gowin ha hecho de su mujer, Edith, durante toda una vida. Y me gusta lo que dijo en una entrevista hablando de su fotografía Daido Moriyama: “Mi aproximación es muy simple, no hay arte, disparo al azar. La mayoría de mis snapshots los tomo desde un auto en movimiento o mientras corro, sin mirar, y en esos casos uno podría decir que estoy tomando las fotos más con mi cuerpo que con mis ojos”. También dijo: “Si uno piensa demasiado en la composición, se pierde la frescura del momento”. Todo esto es coincidencia porque yo hacía fotografías como las que menciona él antes de leer su entrevista» («Claudio Bertoni: Fotografiar (con) el cuerpo», 2014).
Antes, a raíz de otra exposición en 1998, había declarado: «Hasta ahora he fotografiado a las mujeres que he tenido por una necesidad, por un asunto de que las quiero y las encuentro hermosas y las tengo al lado y es parte de mi vida. Escribo, hago esculturas y todo es parte de un tejido, como del rastro que voy dejando. No busco nada premeditadamente, ha sido la intuición y ha funcionado, pero ya tengo 50 años, me puedo levantar y ver un poco lo que ha pasado y lo que más busco es dejar un rastro lo más fidedigno posible de lo que pasa conmigo. De la relación del mundo que me ha tocado vivir conmigo, con mi ser» (Labarca, 1998).
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Si Bertoni leyera hoy algunos de los poemas que le publicaron en El corno emplumado, quizá reaccionaría con una frase similar a la que dijo en ese entonces: «Lo que escribo ahora se puede leer más o menos, lo de antes era un gran conflicto y griterío». Libro a libro ha ido afinando el oficio, pero sus creencias no han cambiado: si a los veinte pensaba que «existe un solo camino y es hacia adentro», los años siguientes se ha concentrado en recorrer ese camino (interminable) y sobre todo en dejar «un rastro lo más fidedigno posible de lo que pasa conmigo».
¿Qué es lo fidedigno? No es el apego irrestricto a las primeras versiones ni a todo lo que se piensa, dice o escribe. En una entrevista previa a la aparición de su Poesía reunida de 2020, Claudio Bertoni explicaba que ha hecho «puros libros imperfectos, con poemas abollados, mal hechos», y que para ese volumen se dio el gusto «de sacar un montón de poemas que no debí haber publicado nunca» (Hopenhayn, 2020). Sin embargo, en 2009 le decía a otro periodista: «Prefiero los libros disparejos, absurdos y arbitrarios» (Careaga, 2009). No ha cambiado de opinión: ambos impulsos conviven y lo constituyen. En un texto de su nuevo libro Miércale, escribe: «La perfección de Benjamin me irrita / prefiero mil veces el balbuceo de Bataille / que también me irrita / a veces más que la perfección de Benjamin incluso» (Bertoni, 2022: 50).
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fidedigno, na
Del lat. fides ‘fe’ y dignus ‘digno’.
1.adj. Digno de fe y crédito.
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En febrero de 2021, un mes antes de cumplir 102 años, murió el poeta norteamericano Lawrence Ferlinghetti. Consultado al respecto por el diario La Tercera, respondió Bertoni vía mail:
Aliviar el dolor de vivir: una y otra vez Bertoni llega a este sentido último en su obra literaria y visual. Sin embargo, «piensas que despertar te va a aliviar / y no te alivia / piensas que dormir te va a aliviar / y no te alivia / piensas que el desayuno te va a aliviar / y no te alivia / piensas que el pensamiento te va a aliviar / y no te alivia / piensas que ver a alguien te va a aliviar / y no te alivia / piensas que hacer un trámite te va a aliviar / y no te alivia» (Bertoni, 2020: 443).
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Es (arqueológicamente) interesante leer en algunos de sus poemas de 1967-68 un fugaz impulso literario que luego abandonó. En la carta citada dice que está «tratando de escribir un poema que produzca vómitos». A la vez, resulta notoria una influencia externa, medio caligramática, en rarezas como «A una mujer vietnamita» o «My Little White Blues», proveniente quizá de su lectura de la Antología de la poesía surrealista de Aldo Pellegrini (1961).
La distancia entre ese veinteañero y el Bertoni que vino después (y continúa hasta hoy) no radica tanto en haberse alejado de los vómitos como del tratar de escribir. Entrevistado en 2015 define el asunto así: «Como dice Goethe, todo es poesía de circunstancia (…) Por eso yo por ejemplo nunca he tenido el problema de enfrentarme a la página en blanco. No. Porque yo tomo agua cuando tengo sed. Yo escribo cuando estoy herido, cuando me pasa algo o de gozo (…) O es por una cosa exultante o es porque estoy más apaleado que la chucha y estoy sufriendo como un animal. Y por eso que a mí me gusta tanto la música. Hubiera preferido mil veces ser Charlie Parker a ser escritor» (VV. AA., 2017: 92).
En el mismo diálogo, recuerda la antología de Pellegrini: «La hueá que era rara en mí y que con la Cecilia teníamos claro, cuando chicos, era que nunca íbamos a tener una casa con una mesita en el living o en el comedor. Era eso de cambiar de vida, de Rimbaud, y por eso me gustaron tanto los surrealistas (…) Hay un libro que nos influyó harto, que fue una antología de poesía surrealista que hizo Aldo Pellegrini. Y el prólogo nos afectó mucho, en realidad porque el resumen del prólogo era ése» (VV. AA., 2017: 22).
No puede decirse que haya fracasado en ese propósito, que ya estaba presente en la carta de 1967: «comencé a escribir a los 16 años, lo hice porque algo me pasaba», «“HAY QUE CAMBIAR DE VIDA”, el verdadero hombre es el que cambia de vida, “aquí y ahora”».
Lo que ha tocado su vida es lo que, de distintas formas, al ver o leer su obra, nos toca.
Referencias
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- (2004). Harakiri, Santiago: Cuarto Propio, 2004.
- (2020). Poesía reunida. Santiago: UDP.
- (2022). Miércale. Santiago, Overol.
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- Careaga, Roberto (2009). «Bertoni publica (y responde)». Tareas de lectura [blog]. Recuperado de https://tareasdelectura.wordpress.com/2009/04/18/bertoni-publica-y-responde/ [consultado el 27 de enero de 2022].
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