EL NEÓN ES MISERIA, EL NEÓN ES DELIRIO
Idea sobre la obra de Gonzalo Díaz en D21 y Galería Metropolitana
El resplandor rojizo que emana de las palabras, ilumina al mismo tiempo en dos comunas distantes de Santiago de Chile: Pedro Aguirre Cerda y Providencia. Dos comunas cuyos nombres evocan categorías opuestas, lo profano y lo divino, lo político y lo teológico, lo intemporal y lo histórico.
Las letras encendidas, brillando, a modo de baliza marina, emiten una señal precisa, constante e indiferente a la claridad y la oscuridad, una señal que indica su propia y enigmática fisonomía.
La luz extenuada que recorre la línea cristalina de la escritura, permanece encendida todo el día y toda la noche. En una sola modulación, la continua voz del neón atraviesa y rubrica el tiempo y el espacio: del arte, de la ciudad.
Lo coloquial con lo solemne, lo doméstico con lo empresarial, lo domiciliar con lo barrial, lo almacenero con lo bancario… Toda la opacidad, todo el brillo de los cuerpos que circulan, en su más básica y su más compleja condición, es atravesado por la frase que desde lo alto sentencia: EL NEÓN ES MISERIA, EL NEÓN ES DELIRIO.
De este modo el enunciado de neón trabaja, y primeramente vela: vigila encendido como lámpara que atestigua el flujo de la energía. De este modo el enunciado de neón trabaja, y primeramente desvela: inquieta como jeroglífico que al encenderse nos propone un enigma.
La máquina que es el rótulo luminoso (dispositivo de “resistencia negativa”), trabaja sólo cuando se hace pasar corriente eléctrica a través del tubo de vidrio lleno de gas neón. Trabaja, es decir, “significa”, sólo cuando la descarga de sentido se hace legible en el arabesco resplandeciente que la frase forma. En el instante mismo en que la frase se hace visible, que es el instante en que las palabras “aparecen” e ingresan en nuestro campo visual, para permanecer fijas, suspendidas durante un mes, durante un año, sobre la pantalla y la página del arte, de la polis, de la república.
¿Pero qué nos da a ver el enunciado de neón, ya sobre la viga superior en D21, ya sobre el tímpano en Galería Metropolitana? ¿Qué nos da a leer esa escritura montada sobre “el espacio del arte” y trazada sobre “el espacio arquitectónico” en la urbe? ¿Qué secreto revela el flujo de energía, materializado en luz y delineado en las palabras miseria y delirio, palabras trazadas sobre la misma pantalla y página en la que se proyectan y escriben los sueños, e incrustadas en dos barrios distintos y distantes de la ciudad?
El enunciado, del que sólo cambia la última palabra, repite: EL NEÓN ES MISERIA, EL NEÓN ES DELIRIO: del neón, que es el sujeto, se dice que es miseria, delirio.
La frase parece simple pero esconde una trampa, pues se compone sobre una matriz gramatical correcta (sujeto, verbo y predicado), pero se estructura mediante una sutil torsión de sentido en los términos que la forman.
En efecto, el rótulo se presenta perfectamente legible y ocupando un sitio al que usualmente pertenece, las fachadas comerciales o institucionales que miran hacia la calle. Pero su enunciación produce lo que se llama un “quiasmo”, es decir, la disposición cruzada de sus partes. En este caso, el “quiasmo” opera en el cuerpo gramatical de la frase, pero a nivel del sentido y mediante la indisposición o permutación de significado.
En las frases: EL NEÓN ES MISERIA, EL NEÓN ES DELIRIO, el verbo copulativo es, no une al sujeto: el neón, con el predicado, los adjetivos calificativos: miserable o delirante, que en un enunciado común nombrarían el atributo correspondiente. En este caso la frase se forma mediante la permutación (quiasmo), de adjetivo por sustantivo. O dicho de otra manera: mediante la sustantivación del adjetivo.
Esta operación de permutación no ocurre sólo en el espacio lingüístico (el idioma, el habla, el texto, la escritura), sino también en el espacio del arte (la obra, la galería), en el espacio público (el comercio, la calle, el barrio, la ciudad) y en el espacio privado, subjetivo (la memoria, la experiencia, los afectos).
A primera vista da la sensación de que mediante el “quiasmo” se busca producir un desorden del sentido, sin embargo el efecto más sustantivo de la obra no es el simple desorden del sentido sino más bien su ocultamiento. De ahí la idea de que el enunciado luminoso tanto vela como desvela, es decir, tanto nos tranquiliza como nos inquieta, pues en su aparecer actúa como jeroglífico luminoso que nos propone un enigma.
En los doce términos que componen la obra completa, en dos series de pares invertidos: miseria, delirio, infarto, amnesia, secreto, demencia, desmayo, blasfemia, desdicha, fascista, plegaria, latido, la única excepción, es decir, el único adjetivo calificativo propiamente tal, es la palabra fascista. Esa palabra la veremos y leeremos en septiembre de 2012 y en marzo de 2013. Acaso el enigma en esos dos meses será que, al menos en apariencia, el rótulo no produzca sentido mediante el quiasmo, sino mediante la concordancia gramatical entre sus partes.
Sin revelar la fuente originaria de los términos, ni remontar por ahora su genealogía, debemos considerar que las doce palabras provienen del archivo del autor, es decir, que componen el repertorio de materiales y motivos textuales, visuales e instrumentales, propios del taller del artista.
De los doce términos citados, la obra Iconología de Cesare Ripa, primer repertorio iconográfico del arte occidental, cuya edición prínceps fue publicada en Roma el año 1593, registra cuatro, a saber: miseria, desdicha, secreto, plegaria. Y de los términos actualmente en obra registra sólo uno: miseria.
Ripa describe dos imágenes de la miseria, la Calamidad y la Miseria mundana (ambos términos, calamidad y miseria, son sinónimos en su obra). Ambas miserias son representadas por una figura femenina con diversos atributos figurativos que simbolizan condiciones defectivas (el infortunio, la ruina, la vanidad, la pérdida, etc.) Entre los atributos que enumera Ripa para estas imágenes de la miseria, hay dos que resultan especialmente sugerentes: la caña o cálamo en un caso, y el cristal en el otro. Así, mientras la Calamidad se representa como una mujer de negro que “por su débil apariencia se apoya en una caña” (caña o cálamo, de donde viene su nombre), la Miseria mundana se representa como una “mujer que lleva la cabeza metida dentro de una bola de vidrio transparente…” que representa la fragilidad y el engaño.
En la obra de Gonzalo Díaz, y como “cálamo de cristal”, el neón escribe y se escribe, se auto designa: miseria, deliro. Siendo las palabras el sitio sustantivo en el que el cristal y la escritura se encuentran, el sitio exacto en que “destella la imagen”. Pero no la imagen obvia de la miseria o el delirio, sino la imagen que en una doble afirmación reiterativa: EL NEÓN ES MISERIA, EL NEÓN ES DELIRIO, interroga y promete el sentido, al modo de la alegoría, la paradoja y el enigma.
Gonzalo Arqueros