Círculo perfecto
Vi por primera vez estas pinturas en 1983. Estaban discretamente arrumbadas en el rincón de un taller, en el suelo, apoyadas contra la muralla. Al examinarlas una tras otra supuse que eran enigmáticas y remotas. En ese momento eran más remotas de lo que parecen hoy: los años 50-60 se veían como al otro lado de la bruma de un amplio recodo intransitable.
Supe casi al mismo tiempo que a Ivo Babarovic no le gustaba mucho que uno merodeara alrededor de sus pinturas. En un gesto no demasiado fácil de descifrar había cambiado el arte por la planificación regional, dos caminos que en algún momento anterior de su vida habían corrido paralelos, a corta distancia. Después entendí que su aprensión correspondía al pudor de un artista. El arte le devolvía un espectro de incomodidad, la sensación de un asunto muy grave e irresoluto, si bien, privadamente, Ivo Babarovic seguía pintando. Recuerdo haberlo espiado en el proceso de pintar “Croacia, 1943”, ese extraño pizarrón conmemorativo. En esos momentos no había contacto alguno entre ese hombre entregado a una obra de lenta resolución y el resto del mundo. De repente la pintura mostraba algún signo de avance: la prolongación de una línea, una nueva palabra. Evidentemente no había apuro en terminarla. Ivo Babarovic estaba levantando un plano mental y en algún sentido emocional. Al contrario del artista que busca expresar, su búsqueda estaba más bien vinculada a la necesidad de establecer coordenadas, de armar un espacio esencial, personal pero a la vez objetivado allá afuera del yo.
Algo equivalente puede afirmarse de aquellas pinturas de la serie compuestas con palotes y círculos. Del mismo modo, las que podríamos denominar figurativas parecen estar siempre en el deslinde del ejercicio formal y antes que representación configuran las huellas de una indagación.
Ahora pienso que pude preguntarle muchas veces a Ivo sobre las motivaciones de su arte, pero el pudor que irradiaba me lo impidió. La situación era por lo demás agradable: compartir con alguien que simplemente no habla de lo que hace o de lo que pretende.
Hay en esta actitud una ética bastante extrema, derivada en todo caso de una concepción estética depurativa que tiene la certeza de que las cosas pueden ser reducidas a sus formas. En este sentido lo que precipita conceptualmente de las pinturas de Ivo Babarovic sería una nostalgia del orden, si la palabra nostalgia no fuera demasiado dramática. Si hubiera que dar cuenta de esta idea en una imagen podríamos pensar en una foto en blanco y negro estructurada según el orden de un interior frío, el de la ventana que revela el segundo plano, el de las nubes, el del humo y el de los árboles en el fondo.
Algo más, ha titulado Ivo, con prescindente ironía, esta muestra de su obra. Para los que estamos afuera, el complemento de la frase se encuentra muy lejos, a años luz, por decirlo así, de nuestros ajetreos del presente. Para Ivo es posible que el gesto de exponer hoy corresponda al trazado que cierra un círculo con perfecta continuidad.
por Roberto Merino